A los ocho años
tuve el plan perfecto
para confesar mi amor
a la chica que más me gustaba:
lo escribí en un papelito
con el que envolví una piedra
subí al techo de mi casa
busqué las coordenadas de la suya
y tiré la piedra
con todas las fuerzas del mundo
Al día siguiente
cuando llegó a la escuela
busqué en su mirada la respuesta
pero quizás apunté mal
o no tuve tanta fuerza.
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